viernes, 14 de diciembre de 2012

Intervalo



Suena el eco de su aliento escondido dentro de mi garganta. Y bailan las pulgas por las esquinas cuando las cosquillas del viento entran como abanicos y las agitan. Y arriba, allí, más arriba, le veo saltar de estrella en estrella como si fueran rascacielos. Y abajo, aquí, más abajo, me veo saltar de ventana en ventana como si fueran planetas. Sol, faldas, sandalias y toallas. Cerveza, jarras, jamón y gambas. Y si lo que entra sale, que lo que salga entre.

Suena el eco de mi voz escondido dentro de su chaqueta. Y bailan las pelusas por las esquinas cuando las danzas del viento entran como alfileres y las agitan. Y arriba, allí, más arriba, me veo saltar de cometa en cometa como si fueran océanos. Y abajo, aquí, más abajo, le veo saltar de mesa en mesa como si fueran nubes. Té, cucharillas, hierbas y galletas. Lluvia, bufandas, botas y pañuelos. Y si lo que eriza humedece, que lo que humedezca erice.

Suena el eco de su ruido escondido dentro de mi camiseta. Y bailan las arañas por las esquinas cuando las carcajadas del viento entran como guillotinas y las agitan. Y arriba, allí, más arriba, le veo saltar de luna en luna como si fueran montañas. Y abajo, aquí, más abajo, me veo saltar de acera en acera como si fueran galaxias. Relámpagos, gorros, paraguas y gabardinas. Café, tazas, dulce de leche y sacarina. Y si lo que sube baja, que lo que baje suba.

Suena el eco de mi risa escondido dentro de su cama. Y bailan las hormigas por las esquinas cuando las canciones del viento entran como suspiros y las agitan. Y arriba, allí, más arriba, me veo saltar de nebulosa en nebulosa como si fueran países. Y abajo, aquí, más abajo, le veo saltar de balcón en balcón como si fueran satélites. Vino, copas, queso y cigarrillos. Amapolas, vestidos, medias y sombreros. Y si lo que muerde aprieta, que lo que apriete muerda.

jueves, 6 de diciembre de 2012

Me he perdido



Y qué si me tiro de la torre más alta
y qué si digo lo que siento
y qué si no puedo atrasar el tiempo
y qué si me he perdido, y qué.

Y qué si no entiendo nada
y qué si soy una ilusa
y qué si no dejo de pensar en él 
y qué si me he perdido, y qué. 

Y qué si nadie pronuncia mi nombre 
y qué si no quiero huir 
y qué si escucho Todo es de color 
y qué si me he perdido, y qué. 

Y qué si la lluvia me quema 
y qué si pierdo la cabeza 
y qué si me explota el pecho 
y qué si me he perdido, y qué. 

Y qué si no creo en las despedidas 
y qué si bailo y nadie me ve 
y qué si estoy fuera de sitio 
y qué si me he perdido, y qué. 

Y qué si me corto los dedos 
y qué si me salto las normas 
y qué si tropiezo con su sombra 
y qué si me he perdido, y qué.

Y qué si abrazo a lo nunca visto 
y qué si me apuntó y me dio
y qué si lamo mis heridas 
y qué si me he perdido, y qué. 

Y qué si no tengo miedo 
y qué si soy gilipollas 
y qué si le amo a él 
y qué si me he perdido, y qué. 

Y qué si le giño un ojo a un pájaro 
y qué si mi corazón no me hace caso 
y qué si pego un brinco y robo una estrella 
y qué si me he perdido, y qué. 

Y qué, y qué… (si me he perdido entre letras).

miércoles, 21 de noviembre de 2012

No voy a caer


 
Y tiendo las ideas, las nubes y los suspiros que sólo yo siento. Y tengo el pecho lleno de humo, humo que se vuelve de cristal y que si lo tocas sangras. Intento mejorar los sueños y pensar que los he vivido, pero me miro y me veo empapada en alcohol y en más humo. Quiero pensar que todo es cierto, que estoy viva y que mis pies caminan por un lugar parecido al cielo, pero los muertos me susurran que estoy borracha y que los tejados y aviones sólo son el reflejo de la televisión en el vaso. Cuento los agujeros que tiene mi corazón - mil, cuatro mil, un billón?, más o menos - y me muerdo los labios. Los relojes hacen girar el tiempo, y las horas pasan y el cenicero se llena de una soledad que conozco, una soledad que sabe a hielo y a lo que bebo. Y me coloco el chubasquero y me escondo en algún lugar donde no todo es blanco o negro y pienso que es un hogar, es el centro de lo posible y chorrea vida y cuentos para despedir el día. Y espero el plan perfecto que ponga en marcha algo que no encuentro, lo bello de unas ruinas que se levantan con un soplido de viento, y tengo el alma rabiosa por no poder alcanzar el más allá, y me recita delirando que no remiendo tan mal mi cuerpo y habla mucho y me recuerda que hay unos labios llamándome a silencios. Y miro el vaso y le busco pero no le encuentro y cómo saber si detrás de una ola llega otra ola, los surcos de mi piel que arañan las palabras de algo que no comprendo, y la ciega luz en un orgasmo infinito asesina atrozmente mi cuerpo, que no pestañea, esta carne que se cristaliza al otro lado, a dos centímetros de la realidad y que si la observas desde el fondo de la botella parece un espectáculo. Y cae mi aliento como escarcha en el cristal de mi pecho, y cae mi aliento como escarcha a mitad de sus sueños. Y hablo desde el final de una boca cosida, una sombra chinesca es mi mudez que se filtra entre los hilos y recorre descalza los latidos. He oído que yo algún día también seré un muerto, pero lo cierto es que ya vivo en el infierno y sabe a cerveza y a Vodka, y también a humo, que recorre mis mejillas y se pierde musitando sinfonías gigantescas. Y da igual el vaso que bese y da igual cuantas lágrimas acuchillen mis ojos y da igual donde esté, porque todo lo que soy siempre va conmigo, y no voy a caer.

sábado, 3 de noviembre de 2012

Costuras




A la luz de las velas podía ver su sombra correr de puntillas rasgando con las uñas la pared. Yo hacía el esfuerzo por respirar normal, y él se tiró al suelo como una alfombra mientras se sujetaba la cabeza con las manos. Me miraba como un niño esperando escuchar un relato fantástico. Miré a mi alrededor. Qué tenía, qué le podía ofrecer? Un libro de poemas, una garrafa de cinco litros de gasolina, una caja de cerillas y un cajón repleto de cuchillos de carnicería. Volví a posar mi mirada en la suya. Qué habrá detrás de sus ojos? Escogí los cuchillos. 

"Tú deshaz la cama, mientras yo voy sacándoles filo." Le pedí que se tumbara, que cerrara los ojos y que contara hasta mil. Comencé a cortar el hilo de la costura de su espalda. Salían trenes que descarrilaban y colisionaban contra mi cintura, podía sentir el golpe como una explosión de dinamita desgarrándome la piel. Mis manos comenzaron a temblar y en la hoja del cuchillo veía su cara reflejada. Estaba en calma. Tragué saliva y continué. Pasé a las costuras de sus piernas. Lo cortaba con cuidado e incertidumbre. Se filtraban frases de un alfabeto desconocido para mí, y como un papel en llamas se confundían las palabras y me quemaba las manos al intentar cogerlas en el aire. Me quedé descolorida, mi corazón dejó de latir por unos instantes. Conté hasta tres y continué. Ahora tocaba el pecho. Cogí el cuchillo de deshuesar. La costura estaba cosida con otro hilo más fuerte, y con cuidado, lo iba cortando mientras su piel dejaba de estar tan tirante. De ahí no salió nada, pero al abrir un poco más descubrí cientos de silencios que habitaban en los rincones y en uno de ellos había una nota que decía “Guardo el mar en una taza de café”. Se me arrugó el alma, y un enorme acantilado me atravesó el pecho. Mi corazón comenzó a bombear en clave de Sol, me quedé parada, el cuchillo cayó de mi mano, no podía pensar con claridad. Le miré pausada. Su rostro seguía igual, no había cambiado ni un centímetro. Pasados dos estertores comprendí que todo se medía en latidos, que él contaba en latidos y hacía rato que había llegado a mil. Cogí mi mejor hilo y le volví a coser las costuras lo mejor que puede. Ahora sólo quería que me viera entera, tranquila. 

Abrió los ojos, y achicharrando mis pupilas me dijo “Te ha gustado la historia que te he contado?” Sonreí.

domingo, 23 de septiembre de 2012

Sentir más de lo debido



“Qué llevas ahí en la mochila?” Unos calcetines, un suéter y un machete. La gente se preguntaba por qué me mojaba teniendo paraguas. Ellos no saben el placer de estar calada, de sentir las gotas eclosionar en la piel. Claro, lo que tenía en la mochila era para cambiarme después. Hay que llevar los pies y el pecho siempre secos. Nadie preguntó por el machete. 

El cielo estaba teñido de color de algodón de azúcar. Estuvo lloviendo durante varios días, olía a humo y a azoteas mojadas. Le dejé abierto el cielo, le dije que era nuevo, pero no llegó. Pasé las horas lanzando piedras a la luna, pero no conseguí alcanzarla. La falda ya no se movía y cuando escribía la tinta se emborronaba. Cantaba para equilibrarme, reía por no clavarme el machete y bailaba para recordar su cuerpo. Recetas de cocina y extrañas canciones me abordaban. Soy como Atalanta. Movía un pie, movía otro pie y funcionaba bien. Él me caló los huesos, me encharcó las vísceras y me dio de beber. Él me planchó el pellejo, me retorció el cuello y me pintó los labios. Él… Me quedé con la pintura seca y el lienzo en blanco. Es lo que pasa por sentir más de lo debido. 

“Estás aquí?” me decían. Yo pensando que daba igual lo cerca o lo lejos. Abrirle y abrirme era apasionante. Lo demás, lo mismo me daba que me daba lo mismo. A veces no sé explicarme y confundo las palabras con los suspiros y el pecho con el asfalto. A veces soy como los erizos, me enrollo y me convierto en una bola de púas. Probó a arrojarme de la ventana, pero me quedé enganchada en un alfeizar siete pisos más abajo. A veces intento respirar adecuadamente, pero no lo consigo. Es lo que pasa por sentir más de lo debido. 

Como después de un entierro, dejé sus palabras en su sitio, e intentaba que su hoguera no se terminara de apagar. Era suya.

“Niña, nos vamos ya. Vienes?” Cállate, que estoy escuchando soplar al viento.