sábado, 3 de noviembre de 2012

Costuras




A la luz de las velas podía ver su sombra correr de puntillas rasgando con las uñas la pared. Yo hacía el esfuerzo por respirar normal, y él se tiró al suelo como una alfombra mientras se sujetaba la cabeza con las manos. Me miraba como un niño esperando escuchar un relato fantástico. Miré a mi alrededor. Qué tenía, qué le podía ofrecer? Un libro de poemas, una garrafa de cinco litros de gasolina, una caja de cerillas y un cajón repleto de cuchillos de carnicería. Volví a posar mi mirada en la suya. Qué habrá detrás de sus ojos? Escogí los cuchillos. 

"Tú deshaz la cama, mientras yo voy sacándoles filo." Le pedí que se tumbara, que cerrara los ojos y que contara hasta mil. Comencé a cortar el hilo de la costura de su espalda. Salían trenes que descarrilaban y colisionaban contra mi cintura, podía sentir el golpe como una explosión de dinamita desgarrándome la piel. Mis manos comenzaron a temblar y en la hoja del cuchillo veía su cara reflejada. Estaba en calma. Tragué saliva y continué. Pasé a las costuras de sus piernas. Lo cortaba con cuidado e incertidumbre. Se filtraban frases de un alfabeto desconocido para mí, y como un papel en llamas se confundían las palabras y me quemaba las manos al intentar cogerlas en el aire. Me quedé descolorida, mi corazón dejó de latir por unos instantes. Conté hasta tres y continué. Ahora tocaba el pecho. Cogí el cuchillo de deshuesar. La costura estaba cosida con otro hilo más fuerte, y con cuidado, lo iba cortando mientras su piel dejaba de estar tan tirante. De ahí no salió nada, pero al abrir un poco más descubrí cientos de silencios que habitaban en los rincones y en uno de ellos había una nota que decía “Guardo el mar en una taza de café”. Se me arrugó el alma, y un enorme acantilado me atravesó el pecho. Mi corazón comenzó a bombear en clave de Sol, me quedé parada, el cuchillo cayó de mi mano, no podía pensar con claridad. Le miré pausada. Su rostro seguía igual, no había cambiado ni un centímetro. Pasados dos estertores comprendí que todo se medía en latidos, que él contaba en latidos y hacía rato que había llegado a mil. Cogí mi mejor hilo y le volví a coser las costuras lo mejor que puede. Ahora sólo quería que me viera entera, tranquila. 

Abrió los ojos, y achicharrando mis pupilas me dijo “Te ha gustado la historia que te he contado?” Sonreí.

1 comentario:

  1. Surcos de barcos que cruzan la espalda. "Tengo un cielo extranjero" le dijo, mientras tanto, detrás de la ventana, sonaba el tic-tac de los semáforos y la lluvia hacía borrones en los charcos. Palabras que casi se dicen. Palabras que casi se callan. Y silencios espléndidos atravesados a medias en una garganta llena de pájaros.

    "Cuéntame una historia" le dijo, y se tiró al suelo como una alfombra, la cabeza entre las manos, y, en el suenio, aparecían aviones, trenes y barcos, se hacía la noche, se encendían los faroles y cerraban los cafés, la temporada del periódico, pensó, pero sabía que no estaba en lo cierto. Más tarde, cuando el humo se veía flotando en la luz, no le pidió que se quedase porque esas cosas no se piden, pero sí pidió que el suenio fuese más largo, eso significaba puertos, puentes, edificios cansados y medialunas a medias; eso significaba otra puntada más y otro pezpunte; eso significaba más suenio y más suenio y más suenio y, con aún más suenio, pensó que algo se abría y alguien podía ver... el mar en una taza de café. Brumas de invierno que se encajan en la esquina del costado más dulce, aire que se clava en las mejillas, los ojos nuevos en los días brillantes de sol... imágenes que se deshilachaban por las chimeneas...

    Abrió los ojos, y achicharrando sus pupilas le dijo “Te ha gustado la historia que te he contado?” Sonrió.

    ResponderEliminar