miércoles, 21 de noviembre de 2012

No voy a caer


 
Y tiendo las ideas, las nubes y los suspiros que sólo yo siento. Y tengo el pecho lleno de humo, humo que se vuelve de cristal y que si lo tocas sangras. Intento mejorar los sueños y pensar que los he vivido, pero me miro y me veo empapada en alcohol y en más humo. Quiero pensar que todo es cierto, que estoy viva y que mis pies caminan por un lugar parecido al cielo, pero los muertos me susurran que estoy borracha y que los tejados y aviones sólo son el reflejo de la televisión en el vaso. Cuento los agujeros que tiene mi corazón - mil, cuatro mil, un billón?, más o menos - y me muerdo los labios. Los relojes hacen girar el tiempo, y las horas pasan y el cenicero se llena de una soledad que conozco, una soledad que sabe a hielo y a lo que bebo. Y me coloco el chubasquero y me escondo en algún lugar donde no todo es blanco o negro y pienso que es un hogar, es el centro de lo posible y chorrea vida y cuentos para despedir el día. Y espero el plan perfecto que ponga en marcha algo que no encuentro, lo bello de unas ruinas que se levantan con un soplido de viento, y tengo el alma rabiosa por no poder alcanzar el más allá, y me recita delirando que no remiendo tan mal mi cuerpo y habla mucho y me recuerda que hay unos labios llamándome a silencios. Y miro el vaso y le busco pero no le encuentro y cómo saber si detrás de una ola llega otra ola, los surcos de mi piel que arañan las palabras de algo que no comprendo, y la ciega luz en un orgasmo infinito asesina atrozmente mi cuerpo, que no pestañea, esta carne que se cristaliza al otro lado, a dos centímetros de la realidad y que si la observas desde el fondo de la botella parece un espectáculo. Y cae mi aliento como escarcha en el cristal de mi pecho, y cae mi aliento como escarcha a mitad de sus sueños. Y hablo desde el final de una boca cosida, una sombra chinesca es mi mudez que se filtra entre los hilos y recorre descalza los latidos. He oído que yo algún día también seré un muerto, pero lo cierto es que ya vivo en el infierno y sabe a cerveza y a Vodka, y también a humo, que recorre mis mejillas y se pierde musitando sinfonías gigantescas. Y da igual el vaso que bese y da igual cuantas lágrimas acuchillen mis ojos y da igual donde esté, porque todo lo que soy siempre va conmigo, y no voy a caer.

sábado, 3 de noviembre de 2012

Costuras




A la luz de las velas podía ver su sombra correr de puntillas rasgando con las uñas la pared. Yo hacía el esfuerzo por respirar normal, y él se tiró al suelo como una alfombra mientras se sujetaba la cabeza con las manos. Me miraba como un niño esperando escuchar un relato fantástico. Miré a mi alrededor. Qué tenía, qué le podía ofrecer? Un libro de poemas, una garrafa de cinco litros de gasolina, una caja de cerillas y un cajón repleto de cuchillos de carnicería. Volví a posar mi mirada en la suya. Qué habrá detrás de sus ojos? Escogí los cuchillos. 

"Tú deshaz la cama, mientras yo voy sacándoles filo." Le pedí que se tumbara, que cerrara los ojos y que contara hasta mil. Comencé a cortar el hilo de la costura de su espalda. Salían trenes que descarrilaban y colisionaban contra mi cintura, podía sentir el golpe como una explosión de dinamita desgarrándome la piel. Mis manos comenzaron a temblar y en la hoja del cuchillo veía su cara reflejada. Estaba en calma. Tragué saliva y continué. Pasé a las costuras de sus piernas. Lo cortaba con cuidado e incertidumbre. Se filtraban frases de un alfabeto desconocido para mí, y como un papel en llamas se confundían las palabras y me quemaba las manos al intentar cogerlas en el aire. Me quedé descolorida, mi corazón dejó de latir por unos instantes. Conté hasta tres y continué. Ahora tocaba el pecho. Cogí el cuchillo de deshuesar. La costura estaba cosida con otro hilo más fuerte, y con cuidado, lo iba cortando mientras su piel dejaba de estar tan tirante. De ahí no salió nada, pero al abrir un poco más descubrí cientos de silencios que habitaban en los rincones y en uno de ellos había una nota que decía “Guardo el mar en una taza de café”. Se me arrugó el alma, y un enorme acantilado me atravesó el pecho. Mi corazón comenzó a bombear en clave de Sol, me quedé parada, el cuchillo cayó de mi mano, no podía pensar con claridad. Le miré pausada. Su rostro seguía igual, no había cambiado ni un centímetro. Pasados dos estertores comprendí que todo se medía en latidos, que él contaba en latidos y hacía rato que había llegado a mil. Cogí mi mejor hilo y le volví a coser las costuras lo mejor que puede. Ahora sólo quería que me viera entera, tranquila. 

Abrió los ojos, y achicharrando mis pupilas me dijo “Te ha gustado la historia que te he contado?” Sonreí.